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Decenas de detenidos en la redada del lunes en 'El Chalé' aguardan a ser trasladados a dependencias policiales.
Un 'chalé' como una fortaleza

Un 'chalé' como una fortaleza

Las extremas medidas de seguridad que adoptan los traficantes del bloque B-10 de La Paz les permite capear las redadas con bastantes garantías de impunidad

Ricardo Fernández

Domingo, 30 de agosto 2015, 00:57

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No es la guarida de los muertos vivientes de 'The Walking Dead', aunque es de lo más parecido que se puede hallar fuera de la ciencia ficción. El 'chalé de las drogas' del barrio de La Paz lleva largos años convertido en uno de los principales garitos de distribución de estupefacientes al menudeo en la ciudad de Murcia y, en consecuencia, en el epicentro de unas de las áreas con mayor concentración de toxicómanos por metro cuadrado de toda la Región. Pobres diablos, en la mayor parte de los casos, a quienes las drogas han convertido en una famélica, frágil y sucia sombra de lo que un día fueron.

Cuando este lunes pasado medio centenar de agentes del Cuerpo Nacional de Policía tomaron por asalto el bloque B-10, dos de cuyas viviendas habían sido transformadas por los traficantes en una especie de búnkeres 'antirredadas', se toparon con varias habitaciones repletas de jóvenes 'muertos en vida': unos fumando coca en base, otros inyectándose heroína, algunos dando chupadas a canutos de 'maría'...

La gran presión policial ejercida por la Policía sobre ese supermercado de la droga, hasta el punto de que el garito ha sido desmantelado en media docena de ocasiones en los últimos años, ha llevado a quienes lo regentan a habilitar salas en las que los clientes pueden consumir los estupefacientes recién adquiridos. Algo con lo que consiguen que los agentes no puedan sorprender a los toxicómanos con las papelinas o las bolsitas en la mano para, seguidamente, invitarles a confesar en qué piso y a qué persona se los han adquirido. El beneficio, de esa forma, es doble, pues a los clientes no les requisan la droga y además los policías tienen grandes dificultades para hallar pruebas y testimonios con los que apuntalar sus atestados.

No es la única precaución que este tipo de traficantes en general, y los del bloque B-10 en particular, adoptan para intentar salir impunes de las redadas policiales. La zona está infectada de 'aguadores', chicos a veces muy jóvenes, que a cambio de unas dosis o una propina alertan -dan el agua- de la presencia policial.

Pero además, por si se da el caso de que la alarma no se emite con tiempo suficiente, los dueños de los garitos ya se han encargado de que las puertas de acceso sean casi tan robustas como las del Banco de España.

Los tres minutos que emplearon el lunes los mejores especialistas de la Policía Nacional -los agentes del Grupo Operativo de Intervenciones Técnicas (GOIT)- en abrir las dos dobles puertas de acero, con ayuda de grandes mazos y dos sierras radiales, fueron más que suficientes para que prácticamente toda la droga se esfumara por los retretes o se diluyera en el suelo bajo un buen chorro de lejía.

Por si tanta prevención siguiera sin ser suficiente, la organización se asegura de que en el garito nunca haya una gran cantidad de droga acumulada, para lo cual la van reponiendo en dosis de unos pocos gramos -no más de cinco, en el caso de 'El chalé'- para que en caso de que el estupefaciente sea intervenido se pueda alegar que era para propio consumo y no para su venta.

La última de las medidas de seguridad, y no la menos importante, consiste en que los auténticos cabecillas o mandamases de la banda jamás, o al menos muy rara vez, pisan el chiringuito, con el claro objetivo de que no se les pueda vincular a la actividad ilícita que allí se desarrolla.

Todo un líder a sus 23 años

Los agentes que desde el pasado mayo han estado trabajando en torno al bloque B-10 de La Paz han tenido tiempo de sobra de constatar que el presunto líder de la banda, Enrique D.C.G., alias 'Kike', de solo 23 años de edad, cumplía con cada una de esas premisas como si le fuera la vida en ellas. Disponía de un encargado para cada una de las viviendas en las que presuntamente se ejercía el tráfico de estupefacientes: Eduardo Emilio G.A., que regentaba el garito del segundo bajo de la izquierda -un piso cerrado con una recia puerta negra- y Pedro C.C., que estaba a cargo de un piso de la cuarta planta del bloque; en concreto, el de la cuarta puerta a la derecha.

Más todavía, de las vigilancias efectuadas a lo largo de semanas por los responsables de la investigación se deduce que 'Kike' contaba además con una mujer de su absoluta confianza, María José M.M., alias 'La Pecosa', quien presuntamente se encargaba de recoger toda la recaudación de los diferentes turnos de venta que regían en 'El Chalé'. Según las estimaciones realizadas por la Policía en función de «la enorme asistencia» de toxicómanos a ese inmueble, los beneficios diarios ascenderían a unos 6.000 euros, que en su mayor parte irían a parar a manos del mencionado cabecilla.

Los investigadores tienen datos para afirmar en sus atestados que ese dineral acababa siendo invertido en bienes inmuebles -pisos, fincas, chalés...- y en vehículos de lujo; eso sí, siempre a nombre de 'testaferros'.

Quizás por todo ello, por tan estrictas medidas de seguridad como adopta esta banda de traficantes de rancio abolengo, se explique la extrema dificultad de la Policía para probar el tráfico de drogas y, consecuentemente, que los más de treinta detenidos en la redada del lunes estén todos ellos, sin excepción, ya en la calle. Ni siquiera el presunto cabecilla, 'Kike', ha pisado la cárcel tampoco esta vez.

No hay que ser adivino para aventurar que 'El chalé' volverá a abrir sus puertas en breve a sus fieles clientes. Y que se reiniciará con ello el viejo juego del ratón y el gato que los narcos se traen con la Policía.

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